Boquiabierto, el diosecillo
inmenso, calvo, a pesar de su infantil cabeza,
pedía a gritos el pecho de su madre.
Los volcanes secos se cuarteaban y escupían,
la arena abrasaba los labios sin leche,
Pidió entonces la sangre del padre
que puso a trabajar avispa, lobo y tiburón,
e ingenió el pico del alcatraz.
Con los ojos secos, el patriarca inveterado
levantó a sus hombres de pellejo y huesos,
púas en la corona de dorado alambre,
espinas en el tallo de la rosa sangrienta.
SYLVIA PLATH
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