anochecer en la cafeteria
I
Es una pesadilla tener siempre en el cajón,
a mano, guardada, la ampollita
de cianuro por si me urgiese usarlo,
ante la absurdidad del universo
o del hombre, inútil preguntador
dentro del orden imaginado por el demiurgo.
Detenida la sangre, ya no sería necesario
cerrar y abrir nunca más la puerta
carcomida ni tampoco encender fuego,
que el estofado de la vida tiene mal gusto,
ni hacerme la cama, ni nada.
Liberado del hambre,
de placeres y de dolores, ¿qué soy, finalmente?
Aquí no valen conjeturas. Metafórico
con todo menos con la muerte, ya responderán los gusanos
en las tinieblas.
Ahora sólo sé que tengo
dentro de mí estallidos, umbráculos de recuerdos,
incendios metalúrgicos y tucanes de vuelo
silencioso y suave que me hablan de una selva
remota. ¿Pero el ave del paraíso,
enjaulada? ¿Y todos nosotros, qué?
Enjaulados también.
¡Qué punzante pesadumbre
de un sol perpetuo y de un gran lugar abierto
donde vivir siempre!
Que el tejón nos abrigue
cuando es invierno y el hipopótamo gordo
nos lleve, en el tiempo cálido, a los ríos donde se remoja.
II
No siempre las etapas de la vida
se acaban como los árboles que huyen, nítidos,
al viajero que mira con ojos cansados,
puesto el corazón en la próxima ciudad,
un cielo de transparencia matinal
o un áspero fondo de rocas, moderado
por una puesta grande y fastuosa.
Descarrilado en una curva, el tren
se precipita desde lo alto por un risco.
De entre los montones de chatarra se levantan hombres
a vivir en la incomodidad de su último invierno:
el ejecutivo, el incendiario, el santo,
la bailarina, el pobre, el insensato,
en la sucia destrucción que humea.
Ah, si entonces, como de un inmenso brasero
de solidaridad, quemase un fuego,
¿qué no diríamos de este gran dolor
que nos nubla siempre el pensamiento?
Elevemos, pues, una tienda contra el viento,
seamos un simulacro del amor
y acabaremos por ser tan sólo amor.
III
La gente es un perfecto, ilimitado
singular repetido. Sólo el tú
vale para entenderse en la inmensidad
del universo. Cuando miro cómo brilla el cielo,
iluminado por millones de estrellas,
y veo la tierra oscura, con tanta hiel
y goce banal, me digo: La única cometa
que vale es la que hace volar, hechizado,
un niño, corazón inocente, al que nadie ve.
Porque siente tan cerca pañal y mortaja,
el hombre no cesa de inventar poderes
contra el miedo siniestro que lo atenaza.
Vivamos, ya que estamos vivos, dolores y placeres.
Y no pensemos que hay ninguna Faz Inmensa
en la hora grave de la última partida.
Cuando los depredadores hayan convertido en nada
nuestro cuerpo, tendremos la omnipotencia
de estar bien muertos. Nunca implores clemencia.
Nadie te oye en el eterno fluir.
Joan Vinyoli - de Passeig d'aniversari, 1984 traducción de Carlos Vitale
2 comentarios:
Pensaba que ya te havia dejado coment!
Me gustó mucho este poema o prosa poética?
"Vivamos, ya que estamos vivos, dolores y placeres."
Eso es lo que tenemos que hacer y olvidar el cianuro.
Echar palante! es lo que yo estoy intentado, pero esta dificil!
y es lo que debes hacer, ya sé que es dificil però nadie ha dicho que vivir sea fàcil, i sobrevivir al otro tampoco lo es.
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