Historia de Román Aquilino y la caza del jabalí de El Cerrato
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Querría que vuestras mercedes oyeran mi historia,
que triste y desolada acompañan mis horas de desconsuelo,
sin luz al final del camino,
sin resolución y sin final.
Heme yo, que salí de batida,
cargando en mis espaldas un trabuco,
y en compañía de un lebrel tuerto
emprendí la marcha por desusados y encubiertos caminos.
Y que si era voluntad de nuestro Señor Altísimo
encontraría a ese jabalí asesino,
hecho de la ponzoña que urde el maldito Satán,
que hirió a dos caballos de recia herencia
y embistió a Isabela de Argamasilla,
dama de dulce porte y desdichado fin.
Así caminando,
me sorprendió la aurora
al pie de la sierra,
y que el chaparrón de la noche anterior
había empapado hasta los tuétanos.
Decidí otear el horizonte desde una roca,
que en mala hora la lluvia mojó.
Resbalé y di con mis huesos en el fondo de un barranco.
Durante días grite, y nadie vino a mi rescate.
No se como fenecí, si fueron las heridas, el hambre o la sed.
Y resueltos fueron conmigo los elementos,
sol, lluvia y heladas se cebaron con mi cadáver,
hasta convertirlo en polvo que lleva el camino
sin que fueran aplicados sobre mis restos,
extremaunción, funeral y entierro.
Después vague por hondonadas y parajes lóbregos
donde la penumbra reina y ejerce su poder,
hasta llegar al lugar donde ahora me encuentro.
Dios guarde a mi esposa, a mis hijas y a mis criados
que con devoción sirvieron en nuestra hacienda.
Quiera el Omnipotente
que pronta sea mi ida,
y que mis pensamientos se apaguen,
como los tristes ladridos del lebrel encima de la roca.
Un poema de Jean Robur
Querría que vuestras mercedes oyeran mi historia,
que triste y desolada acompañan mis horas de desconsuelo,
sin luz al final del camino,
sin resolución y sin final.
Heme yo, que salí de batida,
cargando en mis espaldas un trabuco,
y en compañía de un lebrel tuerto
emprendí la marcha por desusados y encubiertos caminos.
Y que si era voluntad de nuestro Señor Altísimo
encontraría a ese jabalí asesino,
hecho de la ponzoña que urde el maldito Satán,
que hirió a dos caballos de recia herencia
y embistió a Isabela de Argamasilla,
dama de dulce porte y desdichado fin.
Así caminando,
me sorprendió la aurora
al pie de la sierra,
y que el chaparrón de la noche anterior
había empapado hasta los tuétanos.
Decidí otear el horizonte desde una roca,
que en mala hora la lluvia mojó.
Resbalé y di con mis huesos en el fondo de un barranco.
Durante días grite, y nadie vino a mi rescate.
No se como fenecí, si fueron las heridas, el hambre o la sed.
Y resueltos fueron conmigo los elementos,
sol, lluvia y heladas se cebaron con mi cadáver,
hasta convertirlo en polvo que lleva el camino
sin que fueran aplicados sobre mis restos,
extremaunción, funeral y entierro.
Después vague por hondonadas y parajes lóbregos
donde la penumbra reina y ejerce su poder,
hasta llegar al lugar donde ahora me encuentro.
Dios guarde a mi esposa, a mis hijas y a mis criados
que con devoción sirvieron en nuestra hacienda.
Quiera el Omnipotente
que pronta sea mi ida,
y que mis pensamientos se apaguen,
como los tristes ladridos del lebrel encima de la roca.
Un poema de Jean Robur
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